-La vida es así, disfrutas todo lo que puedes hasta que un día se acaba todo. ¡Ha! ¡Hiá! -dijo M.R. simulando unos golpes de karate para cortar de un tajo la vida.
-Hombre, no creo que sea el momento apropiado para decir eso -dijo F.
El padre de B. acababa de morir y venían del funeral. Ahora, desgraciadamente, B. tenía coche, y no se podía hacer ningún comentario al respecto. Quizá dentro de un par de años.
Los que se encontraban alrededor cuando el comentario de M.R. estalló en el aire miraron para otro lado, miraron su vaso con la mezcla de coca cola y ron que, reconocían algunos, les revolvía en ocasiones el estómago, con los cubos de hielo en medio de todo aquello, miraron la máquina de dardos, donde rebotaba un dardo que nadie volvería a recoger jamás del suelo, miraron las pantallas en sus manos, revisaron las últimas fotos de pies en Instagram, los últimos intentos de humor en Facebook, lo último que se había dicho en el grupo de Whatsapp.
Yo no tenía smartphone ni Whatsapp, y me sentía apartado por ello, y les odiaba en el fondo, y nunca lo sabré, pero en esos momentos alguien escribió en el grupo, haciendo sonar varios terminales al mismo tiempo:
"I. es la única chica del grupo que se ha morreado con C.".
N. pasó una vez más ante G. de camino hacia la puerta, decidida como la madre que va a pegarle un bofetón a su hijo. Y una vez más G. la agarró del brazo. Había tenido problemas toda la noche para controlar a N. Ambos estaban ya borrachos y hacían lo que podían para mantener el equilibrio de las cosas. Habían conseguido dejar al niño en casa de ella.
N. no miraba a la cara y decía que el humo se le pegaba a las lentillas, que le picaban los ojos, que se estaba agobiando con tanta gente allí metida en aquel bajo que antes era una oficina, que olía demasiado a hierba de la buena. Continuamente salía a la calle, donde hacían cinco grados, continuamente se desintegraba del grupo y G. tenía que interceptarla en su huída hacia la puerta. Ya no sabía que hacer. Le presentaba a todo el mundo que encontraba alrededor para que tuviera algo a lo que engancharse.
Yo moqueaba y moqueaba sin parar. Me deshidrataba poco a poco y no había nada allí para mí para beber que no fuera alcohol. Mi cuerpo iba perdiendo líquido, la sangre se me espesaba y mi cerebro perdía riego. Tenía los bolsillos repletos de pañuelos usados, llenos de mocos, y me había sonado la nariz tantas veces que la tenía en carne viva, y tenía las manos completamente llenas de bacterias que iban bipartiéndose y bipartiéndose en una progresión geométrica, así que no quería darle la mano a nadie.
Como sorpresa de cumpleaños, alguien imprimió un montón de copias de la cara de C., y las pegó en cartón , haciendo caretas. No tenían agujeros en los ojos, así que eran imponibles y acabaron por no cumplir su función. Las pusieron por todas partes. A la mañana siguiente, como una resaca, vendrían a Facebook los restos de las fotos de la cara de C. por toda la ciudad. Su cara
[hizo una pausa para ir a cagar, y mientras se limpiaba el culo reflexionó sobre el hecho de que en Marruecos no hay papel en los lavabos, sino un cubo de agua al lado, para meter la mano y echarse un agua en el culito, un cubo donde antes muchos otros al cabo del día habrían metido la manita. Cuando volvió al salón, la tensión de pareja seguía sintiéndose en el aire]
la cara de C. en el cuerpo de un mendigo que dormía en un cajero, su cara junto a una mierda de perro, su cara en una farola, su cara en un cartel de Batman, el caballero oscuro regresa, su cara en el cuerpo de una modelo, su cara con un agujero en la nariz por donde le salía un billete enrollado, metiéndose una raya de polvo de hada. Lo había conseguido R. yendo al barrio del Castillejo a la casa de la famosa Loles. Cuando llegó donde le habían dicho, la puerta del portal estaba arrancada y de allá adentro, de algún piso, venía música de Melendi. La Loles tenía en su alijo polvo de hada, conseguido a base de triturar hadas muertas y puestas a secar, tenía hongos que crecían en los pies de los diabéticos gordos minusválidos que llevaban años sin salir de su cueva, en su sillón, viendo programas -"programas" por llamarlos de alguna manera- de madrugada en los que la gente enviaba continuamente sms de contacto, chico hetero sumiso busca polla gorda, pareja con "tema" busca chica para trío. Los hongos también se dejaban secar en la oscuridad y luego se masticaban. Tenía viales con orina de musas que tenían encadenadas en un sótano en Turquía, y unas papelinas que traían las gitanas de Rumanía últimamente, que no se sabía muy bien lo que eran, pero que se rumoreaba se criaba en los túneles de metro abandonados.
R. compró la papelina y salió de allí pensando: "Aquí el papeleo es muy lento. Nos casaremos en Ecuador". Unos meses después tendrían que presentar ante un juez de Ecuador pruebas de que no eran simplemente pareja de conveniencia. El juez leería impresos en papel e-mails de los que se envían los novios, diciéndose cosas de novios, cosas que nadie más debería leer, te echo de menos, te quiero hacer esto, te metería esto otro, y el juez reiría mientras ellos dos sudaban avergonzados.
Esnifar una raya de polvo de hada te predisponía a entrar donde normalmente los humanos no entran. Lo veías todo un tiempo como a través de un túnel y más tarde te encontrabas en un parque rodeado por un círculo de punkys que bailaban y cantaban con litronas en la mano, adorando a la cabra negra que habita en los bosques. Veías los portales ocultos en los graffitis de los aparcamientos de los supermercados, normalmente en forma de letra O, que podías atravesar para aparecer en otra parte de la ciudad, desorientado durante unos segundos hasta que te reubicabas y reconocías el terreno. O despertabas a las tres de la tarde del día siguiente, con resaca, en medio de una fábrica abandonada, los pantalones bajados y el culo follado. Los gremlins de las fábricas, los que de vez en cuando hacían que una máquina fallase o que algún operario se enganchara la melena con una turbina y le arrancara el cuero cabelludo, ya no estaban en su mejor época, así que se desahogaron con tu culo.
Así que es muy importante en qué empleas la noche, pero también es importante cómo te despiertas.
Algunos se despertaron y se encontraron al gato mirándoles fijamente. Nunca maullaba para pedir comida. Sería capaz de morir de hambre sin maullar ni una sola vez.
Otros extendían la mano, aun con los ojos cerrados, y allí estaba un día más la cadera, o el pecho.
Estabas soñando que te escapabas de tu grupo de excursión del colegio para tomar un tren, estabas aun en la estación esperando un tren que nunca llegaba cuando medio despertaste, y medio despierto empezaste a magrear, una cosa llevó a la otra, os pusísteis cachondos y cuando abriste los ojos estábais follando. Cada día lo hacíais mejor. Si seguíais así, un día íbais a explotar.
Otros durmieron hasta la tarde, sus padres ni siquiera se molestaron en despertarles para comer. Se despertaron por pura hartazón, de puro asco. Se levantaron y directamente fueron a encender el ordenador y ver quién del clan del League of Legends estaba conectado, para echar una partida.
Otros despertaron y comprobaron, una mañana más, un año más, que no estabas junto a mí en la cama, roncando sonoramente. Es lo que tiene meterse farlopa. Es lo que tiene meterse farlopa en los baños del Musik la noche anterior, liarte la cabeza y liarte con tu ex del que tanto despotricabas, el que se tiraba peos atronadores y te decía orgulloso: "¡Mira nena!". Yo por lo menos te pedía permiso cada vez que me quería tirar uno, a veces incluso cruzaba todo el piso, medio desnudo, y me iba al baño a tirármelo, por puro decoro. Es lo que tiene volver a liarte con tu ex y volver a casa, encontrarme ya en la cama, meterte medio borracha y contármelo. Y yo te decía sí, lo comprendo, mientras nos besábamos y te bebía el aliento a humo, te decía sí, sí, no importa, sí.