jueves, 5 de noviembre de 2015
Volvería a cometer el Holocausto
A veces
Volvería a cometer el Holocausto
por la curva de tu pelo
Volvería a estrellar aquellos aviones
contra el World Trade Center
por el sonido de la ese final
cuando saludabas
Buenasss
esperándome al final de la escalera
Volvería a pegarle un tiro en la cabeza a John Lennon
si volviese a levantarse
(a Kurt Cobain no,
esa es otra historia)
por tu cara de niña sorprendida otra vez
tus labios muy redondos
Volvería a arrancar hecatombes de corazones aztecas
y sacrificarlos al Sol
Volvería a regalar mantas con viruela
a los nativos americanos
volvería a esquilmar su raza
Resucitaría a Rasputín
con todo el veneno corriendo por sus venas
los puñales aun clavados en su espalda
la piel crujiendo de escarcha
del río al que fue arrojado
(río Nevá)
el hueco de su pene cercenado
Le desafiaría
Le diría
Vamos, hijo de puta
no hay cojones
tú y yo
Pelearía contra él
y vencería
lo mataría con mis manos desnúas
me entiendes
a hostias
le arrancaría los ojos
y lo enterraría cabeza abajo
durante cien años
sólo para convertirme en el hombre
al que pedirías hacer todo esto.
Pero sólo a veces.
---
4/11/2015
Falto de sueño, cansado y escuchando la versión chopped and screwed de "Watching movies" de Mac Miller. [[[[link a la canción]]]]
miércoles, 17 de junio de 2015
Jack Bullmoose (relato inacabado)
Jack Bullmoose tenía un ojo tonto, pero esa no es la cuestión.
Bueno, sí, si preguntáis, la historia es que perdió un ojo en el colegio. Tenía las tijeras con la punta apuntando hacia arriba y un compañero pasó alborotando y le empujó. Lo hizo sin maldad, pero la cabeza de Jack dio un viaje hacia adelante y las tijeras fueron al ojo.
Pero el caso es que Jack Bullmoose cometió el error de obsesionarse con el anquilosamiento de las sinapsis neuronales. Los mismos actos y los mismos estímulos repetidos durante años llevan a que las mismas neuronas se conecten entre sí una y otra vez, una y otra vez. Al final esas sinapsis se solidifican y las neuronas no pueden hacer nuevas conexiones. Esto es: el cerebro pierde espacio para aprender cosas nuevas.
Jack Bullmoose iba por ahí mirando los zapatos de las chicas. Chicas. O señoras. MILFs. Lo que fuera. Pero zapatos. Vagaba por la calle, de un lado a otro, de un bar a otro, siempre vagando, y miraba los zapatos y se empalmaba. En seguida deseaba volver a casa a masturbarse. Otra cosa no, un abrigo limpio no, pero internet sí tenía. Internet le daba artículos médicos y psicológicos, el artículo de turno sobre el que obsesionarse, la hipocondria de la semana, y le daba porno. Así que acababa sus paseos malísimo. Era ver tanto zapato de tacón, tanto charol, tanto cuero impoluto que quería lamer, incluso tanta pierna larguísima enfundada en media, era eso y querer estar de nuevo en casa ante el ordenador, viendo ese vídeo del heel insertion. La dómina insertando el tacón de aguja metálico, un zapato negro con dos hebillas, para qué una, dos, insertando el tacón, digo, en la uretra de su sumiso de turno. El semen brotando mientras el tacón seguía dentro, abriéndose paso como podía, mientras su propio semen, el de Jack, caía sobre el pañuelo de papel. Y a echarse una siesta. Luego a despertarse, a cenar viendo la tele y otra vez a dormir, hasta mañana, y mañana a sellar el paro.
Pero no podía ser. Cada día los mismos estímulos. Cada vez que un coche pasaba zumbando junto a él, él en la acera, el coche por la carretera, gime el mar, sopla el viento, corren los coches por el pavimento, leyó esta poesía en clase, cuando iba al instituto, cuando le tocó, pero ya sonó el timbre del recreo que tapó su voz y nadie le oyó. Y ahora tenía un ojo tonto. Cada vez que un coche pasaba muy cerca suyo, la misma historia, el imaginar que alguien desde el coche le gritaba. Ya le había pasado un par de veces en realidad, ¿por qué no otra vez? Imaginar la misma escena, alguien me grita: "¡Hay que lavarse!", "¡¿Dónde vas con esa pinta?!" o "¡Fachoso!". Él imaginando la respuesta, la respuesta perfecta, la respuesta feroz, que daba igual porque el coche ya se estaba alejando negando toda posible réplica, el gritador a buen recaudo dentro de su chasis metálico, bien instalado en su asiento, satisfecho, pensando "Joder, soy la caña", y sus amigos riéndole la gracia. Pero sí, había que pensar la respuesta perfecta, la respuesta que dejara al tío por un patán sin modales, que le dejara pensando hasta que llegara a casa, con la conciencia remordiéndole por haber sido tan ruin y básicamente gilipollas, pensando: "¿Qué diría mi madre de mí". Siempre la misma cadena. Estímulo, respuesta. Estímulo, conexión neuronal, intercambio de chispazos eléctricos entre neuronas. Coche pasando a su lado, imaginación del grito, imaginación de la respuesta, imaginación de la frustración al alejarse el coche.
Y no podía ser. Podía sentir con cosas como esa, los coches, los zapatos, las neuronas conectándose una y otra vez de la misma manera, las mismas con las mismas, fortaleciendo la conexión hacia la irreversibilidad. Podía sentir las sinapsis neuronales petrificándose, las neuronas enredando sus raíces mutuamente hasta solidificarse como centenarios árboles de la jungla hindú.
Ejemplos como esos, los coches, los zapatos, invadían a decenas su realidad cotidiana. Y así las neuronas, podía sentirlo perfectamente, se iban solidificando sin dejar espacio a posibles conexiones nuevas. ¿Y entonces qué? ¿Y si quería aprender a pintar? ¿Qué pasa, que a sus cuarenta y pico años no podía ponerse a aprender a pintar? ¿O a tejer? ¿O aprender inglés? Aprender un idioma nuevo. El chino tiene mucho futuro. Los chinos nos van a comer.
Jack Bullmoose tenía un ojo tonto y un abrigo sucio, pero no era tonto. Por eso no entendía por qué le ponían tan burro las mujeres con cara de idiota. Esos dientes prominentes, la mirada de borrego, ese labio inferior gordo. Mujeres con cara de estar bajo el efecto de demasiados psicofármacos recetados por la seguridad social. Quizá era todo aquel tiempo sin echar un polvo que le estaba haciendo mal en la cabeza. Quizá tanto tiempo sin follar provocaba fetichismos, desviaciones y parafilias. Quizá por eso los zapatos. Quizá por eso lo de los curas gays y lo de los curas con los niños.
Pero no lo entendía del todo. Le gustaban las buenas hembras, las mujeres de rasgos gatunos y largas piernas y abultados pechos, como a todos. Las jamonas. Incluso las jovencitas, como a todos. Gente que había nacido veinte años después que él y que estaría dispuesto a follarse. Pero las mujeres con cara de tonta... Eran otra cosa. Quizá eran las parafilias y los años sin follar, pero quizá también era que uno quería envolverlas en sus brazos y llevar por el buen camino, mostrarle cómo se hacían las cosas, quizá era toda la ternura que inspira una persona tonta. Y ternura, al final de una cadena de asociaciones de ideas, es igual a sexo. Tonta igual a desvalida igual a tierna igual a cariño igual a amor igual a sexo igual a reproducción.
Bueno, sí, si preguntáis, la historia es que perdió un ojo en el colegio. Tenía las tijeras con la punta apuntando hacia arriba y un compañero pasó alborotando y le empujó. Lo hizo sin maldad, pero la cabeza de Jack dio un viaje hacia adelante y las tijeras fueron al ojo.
Pero el caso es que Jack Bullmoose cometió el error de obsesionarse con el anquilosamiento de las sinapsis neuronales. Los mismos actos y los mismos estímulos repetidos durante años llevan a que las mismas neuronas se conecten entre sí una y otra vez, una y otra vez. Al final esas sinapsis se solidifican y las neuronas no pueden hacer nuevas conexiones. Esto es: el cerebro pierde espacio para aprender cosas nuevas.
Jack Bullmoose iba por ahí mirando los zapatos de las chicas. Chicas. O señoras. MILFs. Lo que fuera. Pero zapatos. Vagaba por la calle, de un lado a otro, de un bar a otro, siempre vagando, y miraba los zapatos y se empalmaba. En seguida deseaba volver a casa a masturbarse. Otra cosa no, un abrigo limpio no, pero internet sí tenía. Internet le daba artículos médicos y psicológicos, el artículo de turno sobre el que obsesionarse, la hipocondria de la semana, y le daba porno. Así que acababa sus paseos malísimo. Era ver tanto zapato de tacón, tanto charol, tanto cuero impoluto que quería lamer, incluso tanta pierna larguísima enfundada en media, era eso y querer estar de nuevo en casa ante el ordenador, viendo ese vídeo del heel insertion. La dómina insertando el tacón de aguja metálico, un zapato negro con dos hebillas, para qué una, dos, insertando el tacón, digo, en la uretra de su sumiso de turno. El semen brotando mientras el tacón seguía dentro, abriéndose paso como podía, mientras su propio semen, el de Jack, caía sobre el pañuelo de papel. Y a echarse una siesta. Luego a despertarse, a cenar viendo la tele y otra vez a dormir, hasta mañana, y mañana a sellar el paro.
Pero no podía ser. Cada día los mismos estímulos. Cada vez que un coche pasaba zumbando junto a él, él en la acera, el coche por la carretera, gime el mar, sopla el viento, corren los coches por el pavimento, leyó esta poesía en clase, cuando iba al instituto, cuando le tocó, pero ya sonó el timbre del recreo que tapó su voz y nadie le oyó. Y ahora tenía un ojo tonto. Cada vez que un coche pasaba muy cerca suyo, la misma historia, el imaginar que alguien desde el coche le gritaba. Ya le había pasado un par de veces en realidad, ¿por qué no otra vez? Imaginar la misma escena, alguien me grita: "¡Hay que lavarse!", "¡¿Dónde vas con esa pinta?!" o "¡Fachoso!". Él imaginando la respuesta, la respuesta perfecta, la respuesta feroz, que daba igual porque el coche ya se estaba alejando negando toda posible réplica, el gritador a buen recaudo dentro de su chasis metálico, bien instalado en su asiento, satisfecho, pensando "Joder, soy la caña", y sus amigos riéndole la gracia. Pero sí, había que pensar la respuesta perfecta, la respuesta que dejara al tío por un patán sin modales, que le dejara pensando hasta que llegara a casa, con la conciencia remordiéndole por haber sido tan ruin y básicamente gilipollas, pensando: "¿Qué diría mi madre de mí". Siempre la misma cadena. Estímulo, respuesta. Estímulo, conexión neuronal, intercambio de chispazos eléctricos entre neuronas. Coche pasando a su lado, imaginación del grito, imaginación de la respuesta, imaginación de la frustración al alejarse el coche.
Y no podía ser. Podía sentir con cosas como esa, los coches, los zapatos, las neuronas conectándose una y otra vez de la misma manera, las mismas con las mismas, fortaleciendo la conexión hacia la irreversibilidad. Podía sentir las sinapsis neuronales petrificándose, las neuronas enredando sus raíces mutuamente hasta solidificarse como centenarios árboles de la jungla hindú.
Ejemplos como esos, los coches, los zapatos, invadían a decenas su realidad cotidiana. Y así las neuronas, podía sentirlo perfectamente, se iban solidificando sin dejar espacio a posibles conexiones nuevas. ¿Y entonces qué? ¿Y si quería aprender a pintar? ¿Qué pasa, que a sus cuarenta y pico años no podía ponerse a aprender a pintar? ¿O a tejer? ¿O aprender inglés? Aprender un idioma nuevo. El chino tiene mucho futuro. Los chinos nos van a comer.
Jack Bullmoose tenía un ojo tonto y un abrigo sucio, pero no era tonto. Por eso no entendía por qué le ponían tan burro las mujeres con cara de idiota. Esos dientes prominentes, la mirada de borrego, ese labio inferior gordo. Mujeres con cara de estar bajo el efecto de demasiados psicofármacos recetados por la seguridad social. Quizá era todo aquel tiempo sin echar un polvo que le estaba haciendo mal en la cabeza. Quizá tanto tiempo sin follar provocaba fetichismos, desviaciones y parafilias. Quizá por eso los zapatos. Quizá por eso lo de los curas gays y lo de los curas con los niños.
Pero no lo entendía del todo. Le gustaban las buenas hembras, las mujeres de rasgos gatunos y largas piernas y abultados pechos, como a todos. Las jamonas. Incluso las jovencitas, como a todos. Gente que había nacido veinte años después que él y que estaría dispuesto a follarse. Pero las mujeres con cara de tonta... Eran otra cosa. Quizá eran las parafilias y los años sin follar, pero quizá también era que uno quería envolverlas en sus brazos y llevar por el buen camino, mostrarle cómo se hacían las cosas, quizá era toda la ternura que inspira una persona tonta. Y ternura, al final de una cadena de asociaciones de ideas, es igual a sexo. Tonta igual a desvalida igual a tierna igual a cariño igual a amor igual a sexo igual a reproducción.
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