Sacudiendo la médula espinal
con el flujo de los poetas
extraído con jeringa
directamente de libros en bibliotecas cerradas a cal y canto
quiero montar un disturbio
quiero saltar del escenario
y romperme algún hueso
quiero ser una rap star
tener de nuevo 17 años
en otro mundo
con motos voladoras
y coches hiperveloces
una máquina de escribir venida del infierno. Se la gané al diablo jugando al Call of Duty. Las teclas están un poco pringosas y cuando me doy la vuelta puedo sentirla mirándome, pero funciona. Con ella he escrito la Gran Novela Española. Qué mal suena. La gran novela americana, tal vez, pero la gran novela española suena a El Buscón, El Lazarillo, El Quijote. Si al menos Cien Años de Soledad fuera nuestra. Pero no. Somos un gigante con pies de barro. No somos ni gigante. Somos un grimlock sin ojos, de piel azulada enfermiza y ceño protuberante, hacha de piedra en mano.
Pero he escrito la Gran Novela Española. La que los adolescentes leerán de forma febril bajo las sábanas, sin poder parar. La guardarán en una caja de cartón, y algún día su sobrino o su hijo la encontrará y empezará a leerla y tampoco podrá parar. Los profesores hablarán de ella en sus clases en el siglo XXII y los alumnos tendrán que leérsela por cojones, y la odiarán.
Esta máquina funciona a vapor, a base de uranio enriquecido, funciona con carne. Tengo que bajar al rio a cazar ratas para alimentarla. Ya cuando me ven llegar cruzan al otro lado del rio nadando, tiqui tiqui, moviendo el culo. Tengo que salir por los jardines del barrio a cazar lagartos. Se lo come todo, huesos y todo, los engranajes lo meten todo para adentro con un crujido espeluznante. Las ruedas y las palancas se engrasan y yo sigo tecleando, tecleando, para que la muerte no tenga reinado, para olvidarme de todo, para olvidarme de que nunca te volveré a tener, que nunca volveremos a follar, para olvidar, de hecho, que I am a fucking desease y no es lógico que ninguna mujer acabe conmigo, que ninguna mujer quiera estar conmigo, porque soy un puto error ambulante. Las mujeres son diosas y me deslumbran, me quedo con la boca abierta sin saber qué decir, y entonces ellas pasan, como una aparición mariana fugaz, y la gente se vuelve a casa. Es curioso que a ninguno en el pueblo se le ocurra salir corriendo detrás de la aparición, que cruza tras los almendros, que ninguno la persiga para tirar de la sábana y descubrir a la señora con el candil. Simplemente se quedan diciendo: "¡La Madre! ¡La Madre!", admirados, y comienzan a entonar cánticos. Qué bien que cantan los pueblerinos cuando ven aparecerse a la Virgen tras los almendros. Normalmente nadie sabe en realidad cantar, pero cuando la Virgen pasa, somos un puto coro de ángeles.
Así que yo escribo y escribo sobre las mujeres, y las páginas de las novelas se van apilando a cientos, por toda la habitación, no me levanto de la silla más que para mear y cagar y para ir a la cocina a comer algo. Sobrevivo a base de Pringles y de pasas. El único momento en que salgo de casa es el jueves por la mañana para comprar en el mercado esas malditas pasas. Mi meado empieza a oler a té rooibos. Los envoltorios de comida y las cajas de pizza van cubriendo el suelo y apilándose en las esquinas, hasta el techo. La herencia de mi abuela en mi cuenta del banco va agotándose, y yo escribo y escribo. Escribo sobre mi generación, y sobre cuánto odio a las generaciones siguientes, las generaciones de otakus que degluten todo lo que sale de 4chan y hacen cosplay, y se saben de memoria diálogos de Los Simpson, de la etapa mala, de los episodios nuevos.
En realidad odio a todo el mundo. Odio al fanático que sólo sabe hablar sobre música, o sobre un sólo tema, sobre su obsesión, odio a los que escuchan música comercial, odio a los otakus y a los que se autodenominan frikis, odio a los que han alcanzado el éxito siendo más jóvenes que yo, odio a los racistas, a los que generalizan, a los de derechas, a los fascistas, a los americanos locos de las armas, a los cristianos, a los niños gitanos que te hablan con descaro como si te conocieran, odio a las drag queens, a los borrachos, a los conspiranoicos...
Escribo y escribo y apenas me levanto de la silla, y voy engordando, engordando, hasta que reboso la silla y la barriga me va obliga a alejarme más y más de la mesa y la máquina, y acabo escribiendo con los brazos extendidos, inclinado hacia adelante, me destrozo la espalda, contraigo tres hernias discales. Engordo hasta que reboso la cama, hasta que no puedo moverme por la habitación sin tirar abajo una estantería, hasta que mis piernas se quiebran intentando soportar mi peso. Engordo hasta que mi masa se vuelve tan enorme y densa que creo un campo gravitatorio propio, adquiero un horizonte de sucesos y voy atrayendo todo lo que me rodea en la habitación, los posters, las postales, mi colección de gorras, los muebles, los trastos que nunca sé donde poner y guardo en una caja de cartón, la máquina de escribir que se precipita hacia mí con un quejido de rata, atraigo los muros de la habitación, del piso, engullo el edificio y el barrio entero, incluyendo a los cincuentones que fuman porros en el bar de abajo, al tio con sombrero que canta flamenco en Navidad, degluto el barrio, la ciudad, con todos sus habitantes, jugadores de rol, camareros, diseñadores gráficos, bailarines gays, ancianos que tienen miedo a internet o a que le dejen siquiera la guía de teléfonos delante de su puerta.
Absorvo esta nación y el planeta y algún día seré el fin de la vida, la condenación de la galaxia.
Y así nunca podréis llegar a leer la gran novela española.