Se sentó a escribir.
Quería escribir un texto que acabara con todos los textos.
A pocos días del apocalipsis maya, quería escribir algo que diera carpetazo a aquella era. Aquella era donde la brecha entre la realidad y la irrealidad era cada vez más gigantesca. Un desequilibrio entre la tecnología y la pobreza absoluta que se estaba haciendo tan enorme, tan pesado, que dentro de poco acabaría por reventar en un gran crujido global, un estallido que haría saltar fragmentos de las placas tectónicas como astillas girando por el aire. El mismo aire, lo que los hombres llamaban aire pero que era el mismo entramado bidimensional de la realidad, sufriría una brecha, se fragmentaría como un cristal.
Tendrían lugar prodigios.
Todos estábamos conectados. Todo era gratis. La red global se estaba convirtiendo en una metáfora cada vez más exacta de lo que era la realidad simulada en la que nos encontrábamos.
-Estoy convencido de que todo esto es un videojuego -dijo él.
-El universo es una consecuencia, y toda consecuencia tiene una causa. Estamos dentro de un sistema y todo sistema se puede crackear -dijo M. mientras les daba el sol en la plaza.
Sal a la calle. Rompe de una patada un cubo de basura, de esos de metal y tapa. Aparecerá una pistola. Empúñala y corre por la ciudad sin un rumbo determinado.
Hay una puerta concreta en esta ciudad tras la que vive un tío que vende armas. Armas inusuales. Tiene escopetas recortadas que matarían a Cristo, porque los cristianos creen que el Día del Juicio resucitarán los muertos y todos seremos clasificados y juzgados en aptos y no aptos para el paraíso, pero están equivocados. La verdad es que el Día del Juicio vendrá del más allá un ejército de millones de jesucristos dispuestos a patearnos el culo por haber sido tan malos hijos, y sólo aquellos que estén preparados resistirán la batalla, sólo aquellos que estén armados con escopetas para ir haciéndolos caer uno a uno, ir diezmando sus filas, sólo aquellos que tengan la holy grenade del Worms, el subfusil bendecido por Alejandro Jodowosky, la desert eagle compilada mentalmente de la nada por Linus Torvalds la noche de meditación en que llegó a la iluminación en lo alto de la loma, sólo ellos estarán preparados y lucharán espalda contra espalda intentando hacer retroceder al ejército de cristos.
Y aun así finalmente perderán.
Sólo una vez se emborrachó de verdad y aquella noche decidió que quería ser escritor. Acabó en la puerta del local viendo amanecer, sintiendo que quería escribirlo todo, quería escribir todas las preguntas y todas las respuestas que nadie había pedido. Quería escribir todo lo que veía. Quería escribir sobre vosotros.
Así que se sentó a escribir.
Escribiré, se dijo, y si se me da mal, dibujaré, y si se me da mal, saldré con un spray a la calle, y luego volveré a escribir, y si aun así se me sigue dando mal, quizá salga a la calle a buscarme una motosierra.
Escribiré sobre esta era, en la que jóvenes japoneses quedan en grupo para suicidarse juntos, para hacer por una vez algo en sociedad, en un país en el que chicas jóvenes venden sus bragas usadas en máquinas expendedoras para sacarse un dinero.
En una era donde se hacen grupos de Facebook para homenajear a un chico que un día decidió entrar al cine y a media película se puso una máscara de gas, se levantó y empezó a disparar a espectadores con una pistola.
Una era donde burguesas adineradas se hacen extirpar meñiques de los pies, se autolesionan, para poder calzarse ciertos zapatos exclusivos especialmente estrechos.
Una era donde la revolución cabía en un hashtag.
El maestro Sogyal Rimpoché, en el Libro Tibetano de la Vida y la Muerte, afirma que la naturaleza de la mente es la naturaleza del universo. Pero los tibetanos se equivocan. El mismo Buda se equivoca. La naturaleza de la ciudad es la naturaleza del universo. Sólo hay esta ciudad, estos muros llenos de tags que la contienen y dan forma, estas calles que son todas caminos al mismo sitio.
Sólo están estos ciudadanos de aspecto generado aleatoriamente, aleatorio color y corte de pelo, aleatorias ropas, aleatoria altura, aleatorio grosor, aleatorios accesorios, ponle bolso o auriculares o gafas. No hay dos iguales. Vagan por la ciudad, siguiendo líneas invisibles, cumpliendo misiones que les han sido establecidas, haciendo quests para subir de nivel, interactuando con otros personajes para ganar puntos de felicidad, comiendo chocolatinas un momento en una tienda que se encuentra en su rumbo, para satisfacer necesidades básicas durante un rato.
Escenario y jugadores y misiones y un gran supervisor en el cielo partiéndose la caja, viendo lo poco que dura todo, los afanes y las turbaciones. Un experimento que está saliendo de puta madre. Con toda la nación en crisis, el paro, familias viviendo de la beneficencia, protestas globales, internet, niños soldado y toda la pesca. Viviendo un tiempo que hemos pedido prestado al apocalipsis nuclear. No estaba previsto que durásemos tanto. Estamos dando espectáculo.
Sal a la calle, abre un coche que esté parado en un semáforo, saca al conductor a golpes y móntante. Conduce a 120 por poblado, pilla la autopista por el carril contrario. Esta ciudad necesita un poco de entropía.
Escribió porque no quería ser como su padre. Escribió porque no quería morir siendo otro viejo anónimo más. Se puede acabar con las tripas podridas, con la memoria convertida en un continuo capítulo recopilatorio de mejores momentos, sin poder recordar lo que has comido a medio día, se puede acabar solo en un asilo sin hijos siquiera que vengan a visitarte, porque nunca fuiste una persona de tener hijos, no querías perpetuar tu semilla negra, traer otro ser triste a este mundo. Se puede acabar sin fuerzas siquiera para mover el ratón lo necesario para entrar en Facebook. Y si entras, te preguntarás, ¿quién es toda esta gente?
¿Qué será de nuestro Facebook cuando hayamos muerto?
Se puede acabar viejo y solo y enfermo y sin memoria, pero no se puede reconocer que no hiciste nada en esta vida. Que no escribiste una poesía, no contaste una historia, no montaste tu negocio, no compusiste una canción, no encabezaste una revolución. Que te limitaste a sobrevivir. Porque ese, ese es el verdadero infierno que nos espera el Día del Juicio Final.
Carga tu escopeta.
Sólo tenía treinta y dos años y ya estaba así. Se preguntó cómo sería cuando tuviese cincuenta.
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