miércoles, 26 de diciembre de 2012

I am a fucking desease

Sacudiendo la médula espinal
con el flujo de los poetas
extraído con jeringa
directamente de libros en bibliotecas cerradas a cal y canto
quiero montar un disturbio
quiero saltar del escenario
y romperme algún hueso
quiero ser una rap star
tener de nuevo 17 años
en otro mundo
con motos voladoras
y coches hiperveloces

una máquina de escribir venida del infierno. Se la gané al diablo jugando al Call of Duty. Las teclas están un poco pringosas y cuando me doy la vuelta puedo sentirla mirándome, pero funciona. Con ella he escrito la Gran Novela Española. Qué mal suena. La gran novela americana, tal vez, pero la gran novela española suena a El Buscón, El Lazarillo, El Quijote. Si al menos Cien Años de Soledad fuera nuestra. Pero no. Somos un gigante con pies de barro. No somos ni gigante. Somos un grimlock  sin ojos, de piel azulada enfermiza y ceño protuberante, hacha de piedra en mano.

Pero he escrito la Gran Novela Española. La que los adolescentes leerán de forma febril bajo las sábanas, sin poder parar. La guardarán en una caja de cartón, y algún día su sobrino o su hijo la encontrará y empezará a leerla y tampoco podrá parar. Los profesores hablarán de ella en sus clases en el siglo XXII y los alumnos tendrán que leérsela por cojones, y la odiarán.

Esta máquina funciona a vapor, a base de uranio enriquecido, funciona con carne. Tengo que bajar al rio a cazar ratas para alimentarla. Ya cuando me ven llegar cruzan al otro lado del rio nadando, tiqui tiqui, moviendo el culo. Tengo que salir por los jardines del barrio a cazar lagartos. Se lo come todo, huesos y todo, los engranajes lo meten todo para adentro con un crujido espeluznante. Las ruedas y las palancas se engrasan y yo sigo tecleando, tecleando, para que la muerte no tenga reinado, para olvidarme de todo, para olvidarme de que nunca te volveré a tener, que nunca volveremos a follar, para olvidar, de hecho, que I am a fucking desease y no es lógico que ninguna mujer acabe conmigo, que ninguna mujer quiera estar conmigo, porque soy un puto error ambulante. Las mujeres son diosas y me deslumbran, me quedo con la boca abierta sin saber qué decir, y entonces ellas pasan, como una aparición mariana fugaz, y la gente se vuelve a casa. Es curioso que a ninguno en el pueblo se le ocurra salir corriendo detrás de la aparición, que cruza tras los almendros, que ninguno la persiga para tirar de la sábana y descubrir a la señora con el candil. Simplemente se quedan diciendo: "¡La Madre! ¡La Madre!", admirados, y comienzan a entonar cánticos. Qué bien que cantan los pueblerinos cuando ven aparecerse a la Virgen tras los almendros. Normalmente nadie sabe en realidad cantar, pero cuando la Virgen pasa, somos un puto coro de ángeles.

Así que yo escribo y escribo sobre las mujeres, y las páginas de las novelas se van apilando a cientos, por toda la habitación, no me levanto de la silla más que para mear y cagar y para ir a la cocina a comer algo. Sobrevivo a base de Pringles y de pasas. El único momento en que salgo de casa es el jueves por la mañana para comprar en el mercado esas malditas pasas. Mi meado empieza a oler a té rooibos. Los envoltorios de comida y las cajas de pizza van cubriendo el suelo y apilándose en las esquinas, hasta el techo. La herencia de mi abuela en mi cuenta del banco va agotándose, y yo escribo y escribo. Escribo sobre mi generación, y sobre cuánto odio a las generaciones siguientes, las generaciones de otakus que degluten todo lo que sale de 4chan y hacen cosplay, y se saben de memoria diálogos de Los Simpson, de la etapa mala, de los episodios nuevos.

En realidad odio a todo el mundo. Odio al fanático que sólo sabe hablar sobre música, o sobre un sólo tema, sobre su obsesión, odio a los que escuchan música comercial, odio a los otakus y a los que se autodenominan frikis, odio a los que han alcanzado el éxito siendo más jóvenes que yo, odio a los racistas, a los que generalizan, a los de derechas, a los fascistas, a los americanos locos de las armas, a los cristianos, a los niños gitanos que te hablan con descaro como si te conocieran, odio a las drag queens, a los borrachos, a los conspiranoicos...

Escribo y escribo y apenas me levanto de la silla, y voy engordando, engordando, hasta que reboso la silla y la barriga me va obliga a alejarme más y más de la mesa y la máquina, y acabo escribiendo con los brazos extendidos, inclinado hacia adelante, me destrozo la espalda, contraigo tres hernias discales. Engordo hasta que reboso la cama, hasta que no puedo moverme por la habitación sin tirar abajo una estantería, hasta que mis piernas se quiebran intentando soportar mi peso. Engordo hasta que mi masa se vuelve tan enorme y densa que creo un campo gravitatorio propio, adquiero un horizonte de sucesos y voy atrayendo todo lo que me rodea en la habitación, los posters, las postales, mi colección de gorras, los muebles, los trastos que nunca sé donde poner y guardo en una caja de cartón, la máquina de escribir que se precipita hacia mí con un quejido de rata, atraigo los muros de la habitación, del piso, engullo el edificio y el  barrio entero, incluyendo a los cincuentones que fuman porros en el bar de abajo, al tio con sombrero que canta flamenco en Navidad, degluto el barrio, la ciudad, con todos sus habitantes, jugadores de rol, camareros, diseñadores gráficos, bailarines gays, ancianos que tienen miedo a internet o a que le dejen siquiera la guía de teléfonos delante de su puerta.

Absorvo esta nación y el planeta y algún día seré el fin de la vida, la condenación de la galaxia.

Y así nunca podréis llegar a leer la gran novela española.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Qué será de nuestro Facebook cuando hayamos muerto?

Se sentó a escribir.

Quería escribir un texto que acabara con todos los textos.

A pocos días del apocalipsis maya, quería escribir algo que diera carpetazo a aquella era. Aquella era donde la brecha entre la realidad y la irrealidad era cada vez más gigantesca. Un desequilibrio entre la tecnología y la pobreza absoluta que se estaba haciendo tan enorme, tan pesado, que dentro de poco acabaría por reventar en un gran crujido global, un estallido que haría saltar fragmentos de las placas tectónicas como astillas girando por el aire. El mismo aire, lo que los hombres llamaban aire pero que era el mismo entramado bidimensional de la realidad, sufriría una brecha, se fragmentaría como un cristal.

Tendrían lugar prodigios.

Todos estábamos conectados. Todo era gratis. La red global se estaba convirtiendo en una metáfora cada vez más exacta de lo que era la realidad simulada en la que nos encontrábamos.

-Estoy convencido de que todo esto es un videojuego -dijo él.
-El universo es una consecuencia, y toda consecuencia tiene una causa. Estamos dentro de un sistema y todo sistema se puede crackear -dijo M. mientras les daba el sol en la plaza.

Sal a la calle. Rompe de una patada un cubo de basura, de esos de metal y tapa. Aparecerá una pistola. Empúñala y corre por la ciudad sin un rumbo determinado.

Hay una puerta concreta en esta ciudad tras la que vive un tío que vende armas. Armas inusuales. Tiene escopetas recortadas que matarían a Cristo, porque los cristianos creen que el Día del Juicio resucitarán los muertos y todos seremos clasificados y juzgados en aptos y no aptos para el paraíso, pero están equivocados. La verdad es que el Día del Juicio vendrá del más allá un ejército de millones de jesucristos dispuestos a patearnos el culo por haber sido tan malos hijos, y sólo aquellos que estén preparados resistirán la batalla, sólo aquellos que estén armados con escopetas para ir haciéndolos caer uno a uno, ir diezmando sus filas, sólo aquellos que tengan la holy grenade del Worms, el subfusil bendecido por Alejandro Jodowosky, la desert eagle compilada mentalmente de la nada por Linus Torvalds la noche de meditación en que llegó a la iluminación en lo alto de la loma, sólo ellos estarán preparados y lucharán espalda contra espalda intentando hacer retroceder al ejército de cristos.

Y aun así finalmente perderán.

Sólo una vez se emborrachó de verdad y aquella noche decidió que quería ser escritor. Acabó en la puerta del local viendo amanecer, sintiendo que quería escribirlo todo, quería escribir todas las preguntas y todas las respuestas que nadie había pedido. Quería escribir todo lo que veía. Quería escribir sobre vosotros.

Así que se sentó a escribir.

Escribiré, se dijo, y si se me da mal, dibujaré, y si se me da mal, saldré con un spray a la calle, y luego volveré a escribir, y si aun así se me sigue dando mal, quizá salga a la calle a buscarme una motosierra.

Escribiré sobre esta era, en la que jóvenes japoneses quedan en grupo para suicidarse juntos, para hacer por una vez algo en sociedad, en un país en el que chicas jóvenes venden sus bragas usadas en máquinas expendedoras para sacarse un dinero.

En una era donde se hacen grupos de Facebook para homenajear a un chico que un día decidió entrar al cine y a media película se puso una máscara de gas, se levantó y empezó a disparar a espectadores con una pistola.

Una era donde burguesas adineradas se hacen extirpar meñiques de los pies, se autolesionan, para poder calzarse ciertos zapatos exclusivos especialmente estrechos.

Una era donde la revolución cabía en un hashtag.

El maestro Sogyal Rimpoché, en el Libro Tibetano de la Vida y la Muerte, afirma que la naturaleza de la mente es la naturaleza del universo. Pero los tibetanos se equivocan. El mismo Buda se equivoca. La naturaleza de la ciudad es la naturaleza del universo. Sólo hay esta ciudad, estos muros llenos de tags que la contienen y dan forma, estas calles que son todas caminos al mismo sitio.

Sólo están estos ciudadanos de aspecto generado aleatoriamente, aleatorio color y corte de pelo, aleatorias ropas, aleatoria altura, aleatorio grosor, aleatorios accesorios, ponle bolso o auriculares o gafas. No hay dos iguales. Vagan por la ciudad, siguiendo líneas invisibles, cumpliendo misiones que les han sido establecidas, haciendo quests para subir de nivel, interactuando con otros personajes para ganar puntos de felicidad, comiendo chocolatinas un momento en una tienda que se encuentra en su rumbo, para satisfacer necesidades básicas durante un rato.

Escenario y jugadores y misiones y un gran supervisor en el cielo partiéndose la caja, viendo lo poco que dura todo, los afanes y las turbaciones. Un experimento que está saliendo de puta madre. Con toda la nación en crisis, el paro, familias viviendo de la beneficencia, protestas globales, internet, niños soldado y toda la pesca. Viviendo un tiempo que hemos pedido prestado al apocalipsis nuclear. No estaba previsto que durásemos tanto. Estamos dando espectáculo.

Sal a la calle, abre un coche que esté parado en un semáforo, saca al conductor a golpes y móntante. Conduce a 120 por poblado, pilla la autopista por el carril contrario. Esta ciudad necesita un poco de entropía.

Escribió porque no quería ser como su padre. Escribió porque no quería morir siendo otro viejo anónimo más. Se puede acabar con las tripas podridas, con la memoria convertida en un continuo capítulo recopilatorio de mejores momentos, sin poder recordar lo que has comido a medio día, se puede acabar solo en un asilo sin hijos siquiera que vengan a visitarte, porque nunca fuiste una persona de tener hijos, no querías perpetuar tu semilla negra, traer otro ser triste a este mundo. Se puede acabar sin fuerzas siquiera para mover el ratón lo necesario para entrar en Facebook. Y si entras, te preguntarás, ¿quién es toda esta gente?

¿Qué será de nuestro Facebook cuando hayamos muerto?

Se puede acabar viejo y solo y enfermo y sin memoria, pero no se puede reconocer que no hiciste nada en esta vida. Que no escribiste una poesía, no contaste una historia, no montaste tu negocio, no compusiste una canción, no encabezaste una revolución. Que te limitaste a sobrevivir. Porque ese, ese es el verdadero infierno que nos espera el Día del Juicio Final.

Carga tu escopeta.

Sólo tenía treinta y dos años y ya estaba así. Se preguntó cómo sería cuando tuviese cincuenta.