sábado, 11 de mayo de 2013

Orión

Negro estoy tomando de la droga de la catástrofe anticipada. Negro estoy colocándome con la piedra de la búsqueda de la infelicidad. Si estuviera aquí G. me diría caliéntalo con el mechero, uno de esos de soplete, tapa el agujero con el dedo y aspira, el agua burbujea como en una intro de Cypress Hill, ahora destapa el agujero y aspira el humo, el humo sube raudo por la columna directo hasta el cerebro, como una línea de metro vertical, en Madrid o en París, era lo mismo, me subía en un nombre y me bajaba en otro, el espacio intermedio no existía, no existían las tiendas de comics, no existían las calles Pez y Luna donde las putas del este jóvenes invadían el espacio personal de mi amigo haciéndole proposiciones. Yo prefería ir solo en metro con los auriculares puestos y recorrer las ciudades a solas, sin mujer a la que tener que esperar, porque anda más lento, o que me dijera no te suenes los mocos tan cerca de mi oído. Esto era antes de conocerte.

Me bajé en la última parada, un cartel decía "Cerebro reptiliano".

Las farolas de mi barrio parpadean  a alta frecuencia, me dan convulsiones, me caigo al suelo echando espuma por la boca y temblando, y quiero llamarte, llamarte para que me ayudes, me acojas en tu regazo  mientras convulsiono, pero tengo la mandíbula encajada y tú ya no estás aquí.

Volviendo a casa medio borracho voy mirando como siempre al suelo y compruebo por primera vez que las líneas entre las baldosas se turnan para titilar.

En la biblioteca, una tarde tranquila de sábado, camino entre las estanterías, y al pasar veo un libro fuera de su sitio, y mientras lo coloco suavemente donde corresponde, muy tranquilo y concentrado, con cuidado, pienso, ahora, este sería el momento perfecto para que cayera un misil nuclear y nos reventara a todos, se llevara los coches y los edificios, las moreras, los adolescentes jugando al soft combat en el parque de al lado, licuando los músculos, reventando los cristales, llevándonos la onda expansiva.

Porque cariño -no sé si llamarte cariño- no sé si lo sabes pero Corea del Norte ha declarado el estado de guerra, ha cortado el teléfono rojo con Corea del Sur y ha dicho que a la mínima, guerra nuclear para todos. Un misil de Corea no llega aquí ni en broma, pero aun así: la tercera guerra mundial.

Cariño.

¿Recuerdas cuando secuestramos a una adolescente para que pudieras meterte una raya sobre su culo?

Ya habíamos pasado aquella etapa en la que jugábamos a la relación de dominación, yo era el amo y tú la esclava. Te fui convirtiendo a mi antojo. Primero, te puse de deberes el observar a Zenit a lo largo del día, cómo se movía, cómo maullaba, cómo se frotaba contra los demás cuando quería, cómo se lamía las patas y luego se frotaba la cara con ellas, en ese gesto que resume en él a todos los gatos.

Luego fue que te compré el collar de perro, y más tarde te puse el enorme cascabel rojo que le arranqué subrepticiamente del gorro a un payaso (fue como arrancarse un diente o quitarle un muñeco a un niño) en la tienda de chinos más desordenada del mundo, construída dentro de una nave industrial, con estanterías que se perdían hacia el techo atiborradas de todas las inutilidades que caben en el mundo, artículos de disfraz, cuadros decorativos hechos con plomo fundido, barcos pesqueros en miniatura, abanicos, pizarras, katanas romas, gatos de la suerte que saludan en un movimiento perpétuo, cartulinas, papel de regalo y maceteros, toda la mercancía desordenada, revuelta y derramada por el suelo después del manoseo de las familias gitanas que preparaban despedidas de soltera, los cachivaches formaban montículos, montañas multicolores, derrames como la cera de una vela gigante consumida, había que saltar por encima de ellos para poder recorrer los pasillos.

Así que conseguí salir de allí, que esa es otra historia, encontrar la ruta de vuelta, y una tarde te visité todo tembloroso, te saqué una pequeña caja, que en otro caso y en otro hombre contendría un anillo, te la abrí y te ofrecí el enorme cascabel rojo como pidiéndote quieres ser mi esclava, me harás el honor de ser mi gata.

Y aceptaste. Te enganché el cascabel y te ordené maúlla, ronronea, frótate, y rondaste sinuosa por nuestro lecho, el lecho arrinconado contra la mejor esquina del mundo, arqueando el lomo, ronroneando como un pequeño motor en punto muerto, frotándote contra mí.

Más tarde te compré unas orejas de gato.

Más tarde, una cola.

Así que ya pasamos aquella etapa de la gata. Entonces fue cuando hablamos de que no te importaría tocarle las tetas a alguna de tus amigas, una buena teta, blandita. Que no te importaría montar un trío con otra chica, porque con otro chico, dije yo, me pondría demasiado celoso, me conocía, pero por ti, con otra chica, no había problema.

Búscame una perrita para jugar, me dijiste.

No, con una perra no podría. No resulta nada erótico. Una conejita.

La encontramos en los alrededores del Salón del Manga. Iba disfrazada de coneja, oreja y cola de algodón, puesta de Jaggermeister y cristal. Caminaba por el recinto bajo el gran signo del ciervo. Los hombres prisma llevaban tiempo buscándola para hacerla su reina. Iba ofreciendo besos a los pobres otakus adolescentes que no sabían qué hacer con aquello, lo único que querían era bailar el para-para para deleite de los que estaban en la cola para el concierto de un grupo que tocaba heavy  metal con temática de videojuegos. Cuando la encontramos le estaba dando un buen beso a uno vestido de Doctor Manhattan, toda la piel azul, smoking, símbolo del átomo de hidrógeno en la frente y ojos blancos, comprobamos, cuando se liberó del beso y reculó porque la coneja le estaba metiendo mano al paquete.

Se la quitamos de encima al Doctor Manhattan. No hizo falta prometerle demasiado para que se viniera con nosotros: más Jagger, vodka negro, licor de avellana, coca. Pero claro, ella no sabía. Daba tumbos en lo alto de sus tacones, apoyada en nuestros hombros.

-¿Sabéis? -empezó a decir- Cuando mi madre estaba embarazada de mí, no dejó de fumar. Siguió fumando, la hija de puta. Y eso hizo que se activaran en mi cerebro los receptores de los nicotinoides. ¿Sabéis que usan esa mierda como insecticidas? Pero afectan también a las abejas. ¿Habéis oído eso de que las abejas están desapareciendo? Seguro que habéis visto esa mierda de película. Porque era una puta mierda. Pues mi cerebro está enganchado a lo que está matando a las abejas en el mundo... Y mi madre me intentaba meter la lengua en la boca. ¿Qué tipo de persona puede salir teniendo una vida así? Pues... El espacio personal es algo que no hay que invadir, joder. Mi madre invadía mi espacio personal y me zarandeaba y me arrinconaba contra la pared mientras me gritaba. Eso al cerebro reptililano le sienta de puta madre en la infancia. Porque tenemos un cerebro de reptil. Todos. Se encarga de que sobrevivamos, de que huyamos cuando hay que huir y matemos cuando hay que matar.

Llegamos a tu casa justo a tiempo porque no me apetecía verla llorar. Se desplomó sobre tu cama. Parecía haberse olvidado del Jagger y de todo.

-Ahora voy a hacer una cosa en tu culo. -le dije-. Tú no te muevas.
-¿En mi culo? -masculló ella entre las sábanas.
-Sí. O sea, en tu culo. No dentro de tu culo. Sobre tu culo. No te importa, ¿verdad que no?

Yo intentaba sonar tan amable como la serpiente que mató al Principito. Alerta spoiler. Demasiado tarde.

-No, no, claro... -murmuró la coneja, deslizándose hacia el sueño.

Saqué de mi bolsillo un pequeño sobre de papel dorado. Lo abrí y fui derramando poco a poco su contenido sobre el culo de la coneja, un culo perfecto y adolescente rematado por una cola blanca y esponjosa. Fui derramando con cuidado los polvos púrpura y rosa y turquesa, aquellos polvos que brillaban como el surco de las hadas en el aire, que resucitan a aplausos, al contrario que los mosquitos.

Adquirir aquel sobre me había costado el sueldo de un mes deslavazando platos en el restaurante de Ikea, metiendo platos, bandejas y cubiertos en un túnel de lavado, una máquina enorme. Salía todo por el otro extremo, humeando vapor. De vez en cuando se atascaba y todo el proceso se detenía, todo el mundo en el fregadero dejaba lo que estaba haciendo y había que esperar hasta que llamaran al Señor de la Máquina. Un día salí del trabajo y me di cuenta de que nunca había estado en el resto de Ikea. Así que me di una vuelta.

Y me perdí. Acabé en un simulacro de cocina.

-Ey. ¿Quieres ver algo que te va a salvar?

Sentado en un rincón había un jincho. Piel morena, fibroso, pelo cenicero, dientes descolocados. Pero llevaba una camiseta donde a su vez estaba estampada la famosa camiseta con la portada del Unknown Pleasures de Joy Division, y un pantalón de chandal.

Aquello era como aquella escena tan bonita en Ikea de "500 days of Summer", pero más bien como un encuentro entre un ayudante de cocina cejijunto y un camello.

Sin mediar palabra se sacó del bolsillo aquel sobre y me habló. Me habló y me contó cómo nos íbamos a ver al día siguiente en aquella misma cocina falsa, cómo mi dinero iba a pasar de mi mano a la suya, y cómo el sobre cambiaría de su mano a la mía, cómo llegaría hasta tu casa, el sobre se abriría, derramaría los polvos sobre la nalga de una adolescente disfrazada de conejita, haciendo una raya en forma de corazón, cómo nos miraríamos una vez, cómo tú te enrrollarías un billete de cinco de los nuevos, de esos que las viejas rechazan cuando se los dan en el banco porque creen que son falsos, te lo pondrías en la nariz, bajarías al culo, yo desearía que antes al menos me hubieras dado un beso, pero ya era tarde, y hala, todo para adentro, el corazón entero, el surco, los polvos púrpura turquesa rosa entrando por tus fosas nasales, filtrándose por los capilares, pasando a la sangre, regando el cerebro, a oleadas, la nebulosa púrpura, la nebulosa de Orión, nubes titánicas de gas y polvo, discos protoplanetarios y enanas marrones, estrellas naciendo, vientos estelares que nos barren, el Hubble perdido dando vueltas solo para siempre hacia lo profundo, hacia lo profundo, la nebulosa dentro de tu cráneo, Orión luchando contra el toro que es tu padre, ayudado por sus perros, Canis Maior y Canis Minor, música y libros, psicóloga y psiquiatra, antidepresivo y antipsicótico en el desayuno, atacando a las patas, a la yugular, dando dentelladas, desgarrando la carne, y Godspeed you! Black Emperor en pleno in crescendo, punteando las guitarras cada vez más rápido, cada vez más rápido, a 1500 años luz, no sé cómo va a acabar esto, solo, en un asilo delante de un ordenador, viejo, loco, sin hijos ni mujer cuando ya no entienda nada, cuando la tecnología ya sea indistinguible de la magia y no haya vuelta atrás, y Uma Thurman levantándose de pronto, entrando en plano, frotándose la nariz diciendo esto es la hostia, la hostia, la hostia.



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